DEL FORMALISMO AL EXPRESIONISMO
La búsqueda de un joyero escultor.
Nada es tan obvio como parece en la obra de Andrés Vicente Blasco Martínez.
Tomemos como ejemplo la figura humana de su pieza múltiple. Es cierto que parece, y es, la figura de una mujer. Es cierto que parece y es, una postura provocativa en términos eróticos. Hasta ahí lo obvio, pero la obra, en sí, va más allá, es la visión del cubo en la figura humana y esa mirada intencional del artista, primero trasforma la figura humana en un mero volumen cúbico y, luego, lo representa en movimiento en un recorrido que simula el camino del dado lanzado sobre el tapete. Este movimiento simulado compuesto por piezas cada vez más pequeñas, para construir una trayectoria en profundidad, comparte técnicas utilizadas para el mismo fin en el cómic y en ciertos serialismos pictóricos del arte óptico y minimal y tiene, curiosamente, un solo punto de vista, pues la perspectiva es más pictórica que escultórica. Digo curiosamente porque de forma tradicional la escultura es considerada como objeto con volumen que ha de percibirse rodeándolo, es decir, sin un punto de vista preferente y debe aprehenderse teniendo en cuenta lo que muchos autores denominan su cuarta dimensión. Esa fuerza que irradia la escultura desde su interior y que es perceptible en toda la superficie de la pieza. Pero ésta, intencionalmente, el artista la ha construido para ser observada desde un ángulo determinado, como si fuera un cuadro, pues el movimiento de alejamiento del espectador —identificado aquí con el jugador de dados— sólo es perceptible, precisamente, desde esa posición.
¿Y por qué no? ¿Acaso la escultura sigue siendo únicamente un objeto tridimensional construido con determinados materiales considerados apropiados para tal fin y expuesto sobre una peana que nos permita rodearlo? Pues no, hace tiempo que las esculturas han tomado al asalto las paredes antaño propiedad de la pintura, han salido al exterior emulando, con su envergadura, a la arquitectura, o se han convertido en lugares desde los cuales mirar hacia un paisaje encuadrado por ella como si la propia escultura fuera la pintora de ese paisaje no pintado.
Y es que, hace ya mucho tiempo que los géneros artísticos desaparecieron, al igual que desapareció la diferenciación renacentista entre artes y artesanías, antes llamadas artes menores, o la clasificación, más moderna, entre artes temporales y artes espaciales. El tiempo, patrimonio antaño de la música, la danza y
el teatro, es decir las artes escénicas, entro en la escultura y la pintura, por ejemplo, con piezas que se van trasformando con el tiempo, por la progresiva madurez de sus materiales o con la inclusión del movimiento como en las obras de Calder, por poner dos ejemplos simples.
Como en tantas otras disciplinas, la historia de las teorías estéticas, también parece circular, pues tan lejos como estamos de la Grecia clásica, en realidad, en muchas cosas, hemos vuelto a ella. Para los griegos todo era tecné, incluidos el conocimiento y las ciencias teóricas. Platón dixit.
Y a pesar del siglo XVIII y su empeño analítico, que fue clave para la escisión de una misma técnica en dos disciplinas, el arte por un lado, la artesanía por el otro, y el intento inicial, concluido paradigmáticamente en el siglo XX, de establecer la autonomía del arte, el propio arte ha logrado destruir
todo el entramado analítico que las separaba para acabar hablando de objetos de arte de modo individual, sin asignarlos a disciplina alguna, pues las cualidades artísticas de un objeto, están sólo en el propio objeto, independientemente de que se le considere pintura, escultura, performance, cuento o aria.
Que esto haya ocurrido no es por cuestiones de moda o fantasías de artista, es porque el artista es necesariamente un inconformista, está en su naturaleza. ¿De qué otro modo podría darnos objetos que abrieran las puertas de nuestra percepción? Porque esa es la función del objeto de arte y por eso es tan importante para el hombre. Por eso hasta las tribus más primitivas se adornan, y lo han hecho siempre, con objetos o dibujos corporales de diversa índole cuya finalidad es pura y simplemente estética.
El artista no construye teorías, es el filósofo quien las construye, pero el artista siempre está ahí para contradecir al filósofo. Porque las teorías y las críticas que desean explicar el arte van siempre siguiendo la evolución del arte y no a la inversa. Cuando los filósofos de la modernidad establecen la autonomía del arte, para diferenciarlo de la creación industrial o artesanal, dan como argumentos, por ejemplo, la intencionalidad del artista frente a la creación más mecánica del artesano, o el carácter expresivo del arte frente a la ausencia de expresividad en un simple objeto elaborado, o el argumento de la utilidad de los objetos artesanos e industriales frente a las obras de arte, más espirituales. El primer argumento es falaz porque sólo nos permitiría considerar arte aquellos objetos que supiéramos tenían la intención de ser obras de arte y eso no lo sabemos de la mayoría de lo que hoy está en los museos y fuera de ellos.
Además, ¿qué podríamos decir de tantas obras anónimas de la antigüedad? El argumento de la expresividad tampoco nos es útil a la hora de decir esto es una obra de arte y esto no, lo podemos afirmar de algunas obras de arte que sí están dentro de los parámetros establecidos por B. Croce, creador de las teorías expresionistas del arte, pero no todos los artistas trabajan de la misma manera y no todos son expresivos en el sentido en que estas teorías lo establecen. No cabe en ellas ni el arte conceptual ni, por ejemplo, el arte geométrico, minimal u óptico.Y ¿qué podríamos decir de las series de Andy Warhol?
Finalmente el argumento de la utilidad.
Quizá éste sea el argumento más fácilmente rebatible de esta, poco afortunada, división, pues la arquitectura, por un lado y la joyería por el otro, son disciplinas difíciles de encasillar en semejantes parámetros. La una porque considerada una de las Bellas Artes, que por definición carecen de utilidad y su finalidad concluye en la obtención de belleza, ha de ser, sin embargo, de utilidad, pues construye objetos que, por definición, han de ser habitados y por tanto, útiles para la habitabilidad.
Un edificio que no es habitable o no está hecho para ser habitado, no es arquitectura, es una escultura. Por tanto la arquitectura es una de las Bellas Artes pero es un arte útil.
Su opuesto lo encontramos en la joyería que, a pesar de haber sido tratada tanto por pintores como por escultores —muchos pintores han diseñado hermosas joyas para adornar a sus retratados y autores como Dalí le han prestado mucha atención y construido muchas joyas— nunca ha logrado ser considerada como una de las Bellas Artes. Sin embargo, es a-funcional, como ellas, y está hecha sólo para su percepción, contradiciendo así, su carácter de objeto puramente artesanal.
Carece de la utilidad que pueda tener una cuchara o una silla, por mucho diseño que estas contengan.
¿A qué santo viene todo este discurso? Pues viene a santo de una interesante conversación con el autor en el transcurso de la cual me mostró el tortuoso camino de alguien al que no le es suficiente con la mera construcción de objetos bellos. Sus joyas. Un autor que siente la necesidad de expresar, de trasformar su vida interior en objeto expresivo, de comunicar a través de sus objetos, aunque, todavía, no tiene claro ni qué ni cómo hacerlo. Es decir, me mostró la búsqueda que todo artista persigue durante toda su vida, a través de tantos objetos como construye y que, de vez en cuando, logra, o mejor, siente que ha logrado.
Andrés Vicente Blasco Martínez viene del mundo de la joyería, tiene muchos años de experiencia como joyero y prácticamente todas sus esculturas tienen una réplica en pequeñas piezas de joyería. Por eso, por mucho que autores como Allan Kaprow y su escuela quieran convertir en irrelevante el Know how del arte y por mucho que los formalistas nos digan que el buen perceptor sólo debe observar las formas y no los contenidos, Andrés que viene precisamente de una técnica depurada y de la construcción de objetos que se perciben como meras formas tiene, siente la necesidad de algo más, tiene necesidad de expresión, de plasmar en sus obras, no ideas, sino sentimientos comunes a mucha gente cosificándolos en objetos construidos con bronce, con hierro, con todo tipo de materiales.
Y su preocupación, y obsesión, es precisamente esa, lograr esa concreción emocional en un objeto sin saber de antemano cómo lograrlo, es decir, intentando lograrlo en el propio proceso de construcción. Ese es el modelo válido de construcción artística que establece Benedetto Croce con sus teorías de la expresión artística y ese, es también el modelo de construcción que el autor aplica a sus piezas de joyería. Sin embargo, sus dos ‘disciplinas’ no son exactamente lo mismo. Una mirada atenta se dará cuenta de que el pequeño lagarto de plata, al aumentar de tamaño, deja de ser ese lagarto para adquirir ciertas formas humanoides que lo convierten en una especie de animal mitológico cargado, por tanto, de una serie de emociones e ideas asociadas para el espectador de las que carecen las pequeñas joyas que construye. Quizá en este sentido se podrían diferenciar sus joyas de sus esculturas, pero, para mí, ambas poseen las mismas cualidades expresivas y formales y son susceptibles de actitud y experiencia estética por parte del perceptor. Porque, finalmente, una obra de arte lo es si existe un perceptor adiestrado que la observe con la atención debida y en actitud apropiada. La escultura de un gran autor deja de ser una obra de arte si quien la mira no la observa sino que la utiliza, simplemente, para colgar el sombrero y el abrigo. En ese caso lo que tenemos ahí es una cosa, un objeto que puede ser una obra de arte pero que si nadie la percibe, la aprehende, es un simple artefacto. ¿Cuántas obras se han ido a la basura porque alguien las ha visto como un trasto o un pedazo de hierro o una cosa que tapaba la mancha de humedad de la pared?.
Por todo esto, en el caso de Andrés, animo al posible perceptor a que observe con suma atención cada una de sus piezas sin clasificarlas por géneros, sino como piezas únicas que contienen gran información acerca, no del autor, o no sólo de él, sino del propio perceptor que comparte el mismo mundo, tiene los mismos miedos y similares deseos y apremios. Y encontrará mitologías que creía propias, en el imaginario mitológico que despliega el autor en sus fantásticas piezas.
Sus citas a otros artistas o tendencias están en línea con lo más actual de la creación artística. Una mirada superficial a alguna pieza le llevará inmediatamente al perceptor a evocar el maquinismo, los tiempos modernos de Chaplin o ciertas películas como ‘Europa’. Las elongaciones de algunas figuras recordaran a ciertas obras de Dalí, pero también a Giacometti o a los etruscos, por la bastedad con la que se trabaja el material en su superficie grumosa. El corazón construido con cuchillos y su obra “Espejismo” reflejan el toque surrealista que yace en todos nosotros. “Así es la vida” es una pieza barroca por la extrema torsión de la figura y porque nos habla del placer y el dolor, la vida y la muerte. El racimo de uvas en la parte superior y una base que parece una pira. ‘El barco’ que parece uno de esos restos o pedios que encuentran los buscadores de tesoros marinos. Los trabajos de Sísifo en las figuras humanas agobiadas por el peso de una botella o un tornillo, o sea, por la necesidad de arrastrar una profesión o, quizá, un vicio. Caballos que parecen querer salir de las arenas movedizas que los atrapan extendiendo la cabeza y las patas quizá en un intento vano de salvarse que me recuerdan al perro de Goya en el Museo del Prado. La paciencia o el deseo de volar en algunas figuras sedentes o estiradas y el asombro del cuerpo en tantas figuras de ágiles contorsiones.
Todo esto es lo que las obras de Andrés Vicente Blasco Martínez evocan en mí, por tanto depende tanto de la experiencia vivida por el autor como de mi experiencia como perceptor. Pero es que el arte es eso, el vehículo de comunicación entre el autor y el observador, y por eso, cada observador aprehenderá la misma obra de una manera particular.
La exposición que se inicia con dos obras de gran tamaño, la mariposa y el mendigo, magníficamente colocadas a la entrada, como muestra de su bien hacer imaginativo y con precisión figurativa, es un despliegue de conocimiento del material y de las formas que trabaja. El resto, el aprehenderlas como obras de arte, depende de la atención y la capacidad perceptiva del observador.
Si al artista se le exige que sepa construir obras de arte, al público debe exigírsele que sepa apreciarlas, pues no basta con mirar los objetos que el artista nos presenta, hay que verlos.
María Teresa Beguiristain
Crítico de Arte (AICA)