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Un Mundo Interior – Eduardo Bermejo

Eduardo Bermejo, pintor autodidacta, inicia su  actividad pictórica a finales de los años 90 realizando  murales en las calles de las ciudades españolas, los llamados «grafitis», la limitación del tiempo de creación y técnica le obligan a «saltar» a las telas donde se permite el mestizaje de diferentes técnicas, estilos, y temas, atrayendo la atención de distintas galerías.

Preocupado por una obra que rebasa la simple reproducción mimética de su entorno «los defectos son las propiedades del pintor» para adentrarse en una búsqueda ininterrumpida de formas y colores propios. Un viaje introspectivo, exento de concesiones al espectador superficial. En ese camino que rige el intelecto, los sentidos juegan un papel preponderante. Debido a ello, crea convencido de que sus sentidos actúan como instrumentos de captación y de expresión, con los que comprende y traza, optando por un lenguaje propio que encauza en un escenario virtual por el que discurre el desarrollo de su obra plástica.

 Fuente: Francisco Javier Andreu perito tasador de arte.

“Mi evolución en la pintura tiene que ver con la idea de que si algo he de comunicar, será mi pintura la que hablará por mí, y si no fuera capaz de proponer o suscitar un respuesta del espectador será que mi proceso de formación aún no ha concluido. Si así fuese usaría todo mi esfuerzo entre pinceles y lienzos para seguir pintando y no en redactar un discurso justificativo del trabajo que desarrollo”.

Eduardo Bermejo despertó mi curiosidad inicialmente, pasando de inmediato a interesarme vivamente por su pintura. Es un emergente pintor conceptual pleno de percepciones, ensayos y reintentos imprescindibles para concretar el mapa de su experiencia y a la postre su madurez. Ese trayecto, que se nos antoja configurado por sensaciones y secuencias de hechos acaecidos que, como a todos, nos hace ser conscientes de que la experiencia es la puerta del conocimiento. Es plenamente consciente de la ruta a seguir y de sus necesidades como elementos determinantes de su propia personalidad como creador y como hombre. Debido a ello, crea convencido de que sus sentidos actúan como instrumentos de captación y de expresión, con los que comprende, traza y modela, optando por un lenguaje propio que encauza en un escenario virtual por el que discurre el desarrollo de su obra plástica.

La obra de Eduardo Bermejo refleja a menudo un estado de ánimo que muchas veces es sosegado pero que adopta de pronto pigmentaciones violentas adentrándose en un cubismo que rebasa su etapa analítica y da lugar a otra que podría encuadrarse en el cubismo hermético. Sus pinturas bordean en este caso la abstracción pura por la cantidad de puntos de vista reproducidos, de modo que la imagen representada es casi imposible de distinguir aunque conserva la impronta poética propia de Bermejo. En otras ocasiones Bermejo nos sorprende con incursiones en un surrealismo de nueva factura que poco tiene en común con el que definiera Apollinaire en 1917 en su famosa glosa del musical Parade.

En los lienzos de Eduardo Bermejo se produce la reproducción libre y creativa de los objetos pero transformándolos y enriqueciéndolos con nuevas urdimbres y texturas que son punto de partida de una serie de trabajos que se enraízan en la escultura clásica pero que evolucionan hasta un simbolismo que se concreta regido por un acertado concepto estético.

“La materialización de mis ideas condiciona una forma de aprendizaje,
no del oficio de pintor, sino de uno mismo. Así mi finalidad en pintura
es la captación minuciosa de sensaciones y su concreción mediante
una búsqueda de nuevas formas y texturas”.

Con estas palabras resume Bermejo su modus operandi basado en el aprendizaje como medio para conocerse más profundamente. En esa estrategia, la obra plástica de Bermejo cobra una importancia capital, vehículo de su búsqueda hasta lo más profundo para descubrir
en lo más recóndito de su paisaje los nidales de los sentimientos.

Fuente: Revista L´ecoments Stylo #17  – Frank Himman

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